EL
TRABAJO PERFECTO DE DIOS
©Giuseppe
Isgró C.
Hace algunos años, Jo realizó algunas observaciones que son
dignas, aquí, y ahora, de recordarlas y reflexionar sobre ellas.
Durante el mes de actividades intensas, atendía alrededor de
doscientas personas en el ámbito de la comercialización inmobiliaria. Pero,
finalmente, todos los meses, los resultados salían de donde menos lo esperaba y
casi nunca de aquellas que más le exigieron a fondo.
Generalmente, de ese flujo de veinte a treinta llamadas diarias
que recibía, había desarrollado algunas técnicas que le permitían en un lapso
de sesenta segundos, con dos dos o tres preguntas claves, determinar si la
persona calificaba o no para los inmuebles por los cuales llamaba.
Preguntaba como, por ejemplo:
-Si a usted le gusta el inmueble por el que llama, haría la
negociación de contado o requeriría algún financiamiento?
Si la persona respondía que precisaba financiamiento, le
volvía a preguntar: -Cuál es la inicial máxima que usted podría aportar, en
forma inmediata? Y, en un lapso de sesenta días, cuánto más podría disponer?
Jo calculaba, en forma inmediata, si con esas cantidades de
dinero, más el importe de un crédito hipotecario, si la persona calificaba para
ese inmueble, o para otro, caso contrario la descartaba, sin necesidad de
hacerle una demostración que significaba por lo menos una hora de tiempo.
Si la persona indicaba que compraría de contado, le volvía a
inquirir: -Usted dispone ya en forma inmediata el importe del precio de venta,
o debe vender antes algún inmueble?
Esta pregunta era porque muchas personas comprarían de contado
si venden su inmueble, pero cuando lo hagan la casa por la que llaman ya no
estará disponible, y al atender a ese persona ese día, eligiéndola entre cinco
o seis para las demostraciones, copa un espacio que podría dedicar a otra más
calificada, o debía disponer de un número excesivo de promotores para ese
servicio.
Sin embargo, de esa pregunta, al responder el prospecto que
tiene un inmueble para vender y ofrecerle el servicio de gestión de venta, Jo solía
realizar un sinnúmero de captaciones que, luego, al realizar la venta, tenía a
su alcance al cliente para venderle, a su vez, otro inmueble disponible.
Si la persona respondía que disponía el dinero para realizar
la compra, entonces concertaba la cita para hacerle la demostración y buscar el
cierre de venta.
Cada mes, el promedio de ventas que realizaba salía de
personas que nada tenía que ver con todo ese movimiento de gran euforia, sino
por un canal que permitía fluir las negociaciones, casi siempre sin el menor
esfuerzo. Observaba que existía un mecanismo actuante que le ayudaba a obtener
los resultados acostumbrados de donde menos lo pensaba. Eso significaba un
proceso integral que incluía la captación y la venta y que le utilizaban como
canal por el servicio.
Desde el primer momento de la llamada, Jo percibía algo en el
tono de voz que le indicaba que a esa persona “la enviaba Dios”.
Siempre expresaba: -“A esta persona la envía Dios”.
Ese particular le indicaba que debía prestarle una atención
especial por cuanto albergaba la certeza de que esa persona adquiriría el
inmueble por el que llamaba, u otro equivalente, entre los de su cartera. En
esos casos dejaba todo lo demás que estuviese haciendo para centrarse en ese
cliente “enviado por Dios”. Los resultados estadísticos le indicaban que rara
vez se equivocaba.
Jo se percató de que había un mecanismo que por encima del
propio esfuerzo le facilitaba a las personas a quienes debía prestarle atención
preferente, porque esos casos obedecían a factores intangibles que manejaban
fuerzas vinculadas con el sincronismo cósmico.
Es decir, las cosas están destinadas para determinadas
personas, y mientras ellas no llegan, podrán verlas decenas, o centenares,
hasta que llegue a quien le corresponde, y entonces se rompe la fuerza de
bloqueo inherente, que impedía que otra accediese a ese bien o servicio.
Pero, esta ley de asignación cósmica se relaciona con todas
las cosas o personas, en todas las áreas y actividades, lucrativas o no. Por ejemplo:
hay un dicho popular que expresa: -“Cuando la muchacha se casa aparecen los
pretendientes”.
Después de que la muchacha se casa, la gente se pregunta: Por
qué nadie se fijaba en esa joven, si es tan bonita, de tan buena familia, tan
seria, etcétera?
Es que mientras la persona indicada a la que estaba destinada,
llegaba, había una fuerza de bloqueo que impedía un enlace definitivo. Siempre
había algo que ahuyentaba a los pretendientes temporales. Son las fuerzas de
bloqueo respectivas, para cada ser, hasta que llegue la indicada, según el
propio plan de vida, en el tiempo correcto y en el lugar adecuado. Esas fuerzas
de bloqueo actúan en todas las personas simultáneamente, en un sincronismo
cósmico perfecto. La ley de afinidad, conjuntamente con el amor, la justicia,
la igualdad y la compensación, entre otros valores y principios de la ley
cósmica, rige este mecanismo de sincronismo cósmico.
Con la venta de inmuebles ocurren coincidencias análogas. Por
ejemplo, alguien a quien el inmueble no le estaba destinado, el día que debe ir
a para adquirirlo, se le presenta un inconveniente, justo a tiempo para que
otro comprador, el indicado, pueda adquirirlo.
Hay casos de inversionistas que lo adquieren, para volver a
venderlo posteriormente, justo en el momento en que la persona a quien estaba destinado
el inmueble tenga la oportunidad de aparecer en escena y adquirirlo. Ese
comprador intermedio actúa como enlace con el comprador final correcto. Son
variantes que utiliza el mecanismo del sincronismo cósmico.
Pasa también con el propio trabajo en las diferentes etapas de
la vida. En cualquier área en que se actúe, desde el momento que existe una
oferta constante y perdurable de los propios bienes y servicios, hay personas
que demandaran esos bienes y servicios.
El mecanismo cósmico es el que va ubicando a cada persona que debe brindar el
respectivo servicio, o aportar un bien determinado.
Esa es la razón por la que Jo percibía que determinadas
personas le habían sido enviadas por Dios.
También se percató Jo, de que, en algunas ocasiones, cuando
por las razones que fueren no asumía el compromiso de atender a determinadas
personas “enviadas por Dios”, generalmente pagaba un costo.
Esas personas eran las mejores que “Dios”, o el mecanismo del
sincronismo cósmico, habían encontrado para él para que, al mismo tiempo que él
hubiese satisfecho sus necesidades, dicha persona le aportaba los recursos que
precisaba en ese momento. Al descartar a ese eventual prospecto, generalmente
se desaprovechaba la oportunidad inmediata para llenar el vacío existencial, o
laboral, que luego quedaría sin cubrir. Esto significaría una etapa temporal de
“adversidad equilibradora”, o crisis económica, espiritual, o de cualquier otra
índole, mientras no llegara la etapa sucesiva.
Es el mecanismo coactivo de la vida que actúa para que cada
quien aprenda la lección pedagógica de que, al asumir un rol, o profesión
determinada, hay casos que deben ser atendidos aunque sea sin cobrar
honorarios, o con trato especial, y esos son los que hay que atender con mayor
esmero aún que los normales, por cuanto son los casos “enviados por Dios” y
Dios retribuye con el Salario cósmico: Remuneración integral que va más allá de
cualquier pago normal.
Se va aprendiendo, de esta manera, de que hay que ser “humilde
y tolerante”, viendo más allá de las apariencias, y que jamás debería dejarse
de atender ninguno de estos casos, tenga o no este determinado grupo de
personas los recursos suficientes para pagar los respectivos honorarios para
pagarlos. En la profesión de Abogado, por ejemplo, existe una norma jurídica que obliga a todos los
abogados a brindar sus servicios gratuitamente cuando los clientes no dispongan
de recursos suficientes para realizar el pago de los honorarios, y a tales
efectos un juez competente le da la calificación de rigor que constituye una
orden para el abogado elegido a tales efectos y mientras dure esa circunstancia
de necesidad.
Un médico, por ejemplo, está moralmente obligado de atender a
cualquier persona que, eventualmente, no pudiese pagar sus honorarios
profesionales. Por encima de todo está su obligación de salvar una o más vidas,
o cumplir con su juramento hipocrático. Quienes así lo hicieren derivaran
inmensas bendiciones, y las respectivas compensaciones de toda índole: el
salario cósmico.
Que cada profesional lo haga o no es cosa suya, y, por
supuesto se respeta. Empero, el gran dador es Dios, o el mecanismo de
sincronismo cósmico que va utilizando a cada quien donde debe hacerlo, con
quien debe hacerlo y en el momento perfecto. Por eso se dice: El tiempo de Dios
es perfecto, y el trabajo, también.
La experiencia que se recaba con esos casos determinados,
sirve para atender otros de mayor relevancia, o envergadura, que aportarán la
respectiva compensación de donde menos se piense, o espere. Conducirán,
indirectamente, e indefectiblemente, a la persona en particular al lugar en que
deba ir, para que, cumpliendo con el “servicio de Dios”, pueda acceder al caso
de justicia que le corresponda. Es decir, hay una guía interior que se ocupa de
establecer la conexión divina que conduce al lugar correcto de destino, para realizar
la cosa adecuada, en lugar acertado, y en el tiempo oportuno.
Este mecanismo de sincronismo cósmico evita, también, de que
la persona se dedique a actividades diferentes a las que trae en su plan de
vida, o de inferior nivel o jerarquía a que está destinada. Muchas veces la
persona apunta demasiado bajo, y la vida le tiene destinada a niveles de mayor
envergadura. Ese es el cado cuando se cierran determinadas puertas, para luego
abrirse las correctas, que sí correspondían a su plan de vida. El aforismo
popular expresa, a tales efectos:
El mecanismo de sincronismo cósmico le va conduciendo a los
lugares donde determinadas personas puedan servirle de efectos de enlaces o de
catalizadores que le impulsarán al lugar y a la actividad a que la vida les tenía
destinadas.
Jo recuerda como cierto día en que fue a venderle una
enciclopedia al gerente de una compañía de seguros, este le motivó para
realizar una carrera como productor de seguros, actividad en la que se
desenvolvió durante quince años, con gran éxito. Y así, en dada fase de su
vida, desde sus años más jóvenes, siempre encontró, en su camino, al igual que
todas las personas, a quienes le favorecían su siguiente fase de labores por
acción de esa “voluntad divina”.
Por eso los sufíes, -una de las corrientes místicas, o
espirituales, más elevadas que existen en el planeta tierra-, suelen expresar:
-“Lo que Allah quiera, nada se le asemeja”.
Uno se pregunta: -Qué es lo que Allah quiere? Dios quiere,
siempre lo mejor. Y por la acción de inspiración constante, por los sentimientos
de los valores universales, dentro de la conciencia, expresa su guía y deja
fluir la energía creadora que impulsará a la persona con la potencia creadora
suficiente para alcanzar lo que, muchas veces, parecería imposible. Empero nada
es imposible para Él que todo lo puede, y sabe, cuando cada quien adquiere
conciencia de la conexión con la Divinidad, Gran Pedagoga Universal.
Es preciso ofrecer el propio servicio a la Divinidad para que
ella disponga a su mejor criterio del mismo, según los planes cósmicos que, en
la noche de los tiempos, en el momento de emanar cada ser a la conciencia
individual, trazara como plan de vida para cada quien.
Mientras con mayor diligencia y efectividad realice cada quien
su labor en los planes cósmicos, se le irá delegando actividades de mayor
envergadura, cumpliendo en cada época de su vida, el trabajo perfecto de Dios.
Adelante.