lunes, 28 de octubre de 2013

EL TRABAJO PERFECTO DE DIOS




EL TRABAJO PERFECTO DE DIOS

©Giuseppe Isgró C.

Hace algunos años, Jo realizó algunas observaciones que son dignas, aquí, y ahora, de recordarlas y reflexionar sobre ellas.
Durante el mes de actividades intensas, atendía alrededor de doscientas personas en el ámbito de la comercialización inmobiliaria. Pero, finalmente, todos los meses, los resultados salían de donde menos lo esperaba y casi nunca de aquellas que más le exigieron a fondo.
Generalmente, de ese flujo de veinte a treinta llamadas diarias que recibía, había desarrollado algunas técnicas que le permitían en un lapso de sesenta segundos, con dos dos o tres preguntas claves, determinar si la persona calificaba o no para los inmuebles por los cuales llamaba.
Preguntaba como, por ejemplo:
-Si a usted le gusta el inmueble por el que llama, haría la negociación de contado o requeriría algún financiamiento?
Si la persona respondía que precisaba financiamiento, le volvía a preguntar: -Cuál es la inicial máxima que usted podría aportar, en forma inmediata? Y, en un lapso de sesenta días, cuánto más podría disponer?
Jo calculaba, en forma inmediata, si con esas cantidades de dinero, más el importe de un crédito hipotecario, si la persona calificaba para ese inmueble, o para otro, caso contrario la descartaba, sin necesidad de hacerle una demostración que significaba por lo menos una hora de tiempo.
Si la persona indicaba que compraría de contado, le volvía a inquirir: -Usted dispone ya en forma inmediata el importe del precio de venta, o debe vender antes algún inmueble?
Esta pregunta era porque muchas personas comprarían de contado si venden su inmueble, pero cuando lo hagan la casa por la que llaman ya no estará disponible, y al atender a ese persona ese día, eligiéndola entre cinco o seis para las demostraciones, copa un espacio que podría dedicar a otra más calificada, o debía disponer de un número excesivo de promotores para ese servicio.
Sin embargo, de esa pregunta, al responder el prospecto que tiene un inmueble para vender y ofrecerle el servicio de gestión de venta, Jo solía realizar un sinnúmero de captaciones que, luego, al realizar la venta, tenía a su alcance al cliente para venderle, a su vez, otro inmueble disponible.
Si la persona respondía que disponía el dinero para realizar la compra, entonces concertaba la cita para hacerle la demostración y buscar el cierre de venta.
Cada mes, el promedio de ventas que realizaba salía de personas que nada tenía que ver con todo ese movimiento de gran euforia, sino por un canal que permitía fluir las negociaciones, casi siempre sin el menor esfuerzo. Observaba que existía un mecanismo actuante que le ayudaba a obtener los resultados acostumbrados de donde menos lo pensaba. Eso significaba un proceso integral que incluía la captación y la venta y que le utilizaban como canal por el servicio.
Desde el primer momento de la llamada, Jo percibía algo en el tono de voz que le indicaba que a esa persona “la enviaba Dios”.
Siempre expresaba: -“A esta persona la envía Dios”.
Ese particular le indicaba que debía prestarle una atención especial por cuanto albergaba la certeza de que esa persona adquiriría el inmueble por el que llamaba, u otro equivalente, entre los de su cartera. En esos casos dejaba todo lo demás que estuviese haciendo para centrarse en ese cliente “enviado por Dios”. Los resultados estadísticos le indicaban que rara vez se equivocaba.
Jo se percató de que había un mecanismo que por encima del propio esfuerzo le facilitaba a las personas a quienes debía prestarle atención preferente, porque esos casos obedecían a factores intangibles que manejaban fuerzas vinculadas con el sincronismo cósmico.
Es decir, las cosas están destinadas para determinadas personas, y mientras ellas no llegan, podrán verlas decenas, o centenares, hasta que llegue a quien le corresponde, y entonces se rompe la fuerza de bloqueo inherente, que impedía que otra accediese a ese bien o servicio.
Pero, esta ley de asignación cósmica se relaciona con todas las cosas o personas, en todas las áreas y actividades, lucrativas o no. Por ejemplo: hay un dicho popular que expresa: -“Cuando la muchacha se casa aparecen los pretendientes”.
Después de que la muchacha se casa, la gente se pregunta: Por qué nadie se fijaba en esa joven, si es tan bonita, de tan buena familia, tan seria, etcétera?
Es que mientras la persona indicada a la que estaba destinada, llegaba, había una fuerza de bloqueo que impedía un enlace definitivo. Siempre había algo que ahuyentaba a los pretendientes temporales. Son las fuerzas de bloqueo respectivas, para cada ser, hasta que llegue la indicada, según el propio plan de vida, en el tiempo correcto y en el lugar adecuado. Esas fuerzas de bloqueo actúan en todas las personas simultáneamente, en un sincronismo cósmico perfecto. La ley de afinidad, conjuntamente con el amor, la justicia, la igualdad y la compensación, entre otros valores y principios de la ley cósmica, rige este mecanismo de sincronismo cósmico.
Con la venta de inmuebles ocurren coincidencias análogas. Por ejemplo, alguien a quien el inmueble no le estaba destinado, el día que debe ir a para adquirirlo, se le presenta un inconveniente, justo a tiempo para que otro comprador, el indicado, pueda adquirirlo.
Hay casos de inversionistas que lo adquieren, para volver a venderlo posteriormente, justo en el momento en que la persona a quien estaba destinado el inmueble tenga la oportunidad de aparecer en escena y adquirirlo. Ese comprador intermedio actúa como enlace con el comprador final correcto. Son variantes que utiliza el mecanismo del sincronismo cósmico.
Pasa también con el propio trabajo en las diferentes etapas de la vida. En cualquier área en que se actúe, desde el momento que existe una oferta constante y perdurable de los propios bienes y servicios, hay personas que demandaran esos bienes y  servicios. El mecanismo cósmico es el que va ubicando a cada persona que debe brindar el respectivo servicio, o aportar un bien determinado.
Esa es la razón por la que Jo percibía que determinadas personas le habían sido enviadas por Dios.
También se percató Jo, de que, en algunas ocasiones, cuando por las razones que fueren no asumía el compromiso de atender a determinadas personas “enviadas por Dios”, generalmente pagaba un costo.
Esas personas eran las mejores que “Dios”, o el mecanismo del sincronismo cósmico, habían encontrado para él para que, al mismo tiempo que él hubiese satisfecho sus necesidades, dicha persona le aportaba los recursos que precisaba en ese momento. Al descartar a ese eventual prospecto, generalmente se desaprovechaba la oportunidad inmediata para llenar el vacío existencial, o laboral, que luego quedaría sin cubrir. Esto significaría una etapa temporal de “adversidad equilibradora”, o crisis económica, espiritual, o de cualquier otra índole, mientras no llegara la etapa sucesiva.
Es el mecanismo coactivo de la vida que actúa para que cada quien aprenda la lección pedagógica de que, al asumir un rol, o profesión determinada, hay casos que deben ser atendidos aunque sea sin cobrar honorarios, o con trato especial, y esos son los que hay que atender con mayor esmero aún que los normales, por cuanto son los casos “enviados por Dios” y Dios retribuye con el Salario cósmico: Remuneración integral que va más allá de cualquier pago normal.
Se va aprendiendo, de esta manera, de que hay que ser “humilde y tolerante”, viendo más allá de las apariencias, y que jamás debería dejarse de atender ninguno de estos casos, tenga o no este determinado grupo de personas los recursos suficientes para pagar los respectivos honorarios para pagarlos. En la profesión de Abogado, por ejemplo, existe  una norma jurídica que obliga a todos los abogados a brindar sus servicios gratuitamente cuando los clientes no dispongan de recursos suficientes para realizar el pago de los honorarios, y a tales efectos un juez competente le da la calificación de rigor que constituye una orden para el abogado elegido a tales efectos y mientras dure esa circunstancia de necesidad.  
Un médico, por ejemplo, está moralmente obligado de atender a cualquier persona que, eventualmente, no pudiese pagar sus honorarios profesionales. Por encima de todo está su obligación de salvar una o más vidas, o cumplir con su juramento hipocrático. Quienes así lo hicieren derivaran inmensas bendiciones, y las respectivas compensaciones de toda índole: el salario cósmico.
Que cada profesional lo haga o no es cosa suya, y, por supuesto se respeta. Empero, el gran dador es Dios, o el mecanismo de sincronismo cósmico que va utilizando a cada quien donde debe hacerlo, con quien debe hacerlo y en el momento perfecto. Por eso se dice: El tiempo de Dios es perfecto, y el trabajo, también.
La experiencia que se recaba con esos casos determinados, sirve para atender otros de mayor relevancia, o envergadura, que aportarán la respectiva compensación de donde menos se piense, o espere. Conducirán, indirectamente, e indefectiblemente, a la persona en particular al lugar en que deba ir, para que, cumpliendo con el “servicio de Dios”, pueda acceder al caso de justicia que le corresponda. Es decir, hay una guía interior que se ocupa de establecer la conexión divina que conduce al lugar correcto de destino, para realizar la cosa adecuada, en lugar acertado, y en el tiempo oportuno.
Este mecanismo de sincronismo cósmico evita, también, de que la persona se dedique a actividades diferentes a las que trae en su plan de vida, o de inferior nivel o jerarquía a que está destinada. Muchas veces la persona apunta demasiado bajo, y la vida le tiene destinada a niveles de mayor envergadura. Ese es el cado cuando se cierran determinadas puertas, para luego abrirse las correctas, que sí correspondían a su plan de vida. El aforismo popular expresa, a tales efectos:
El mecanismo de sincronismo cósmico le va conduciendo a los lugares donde determinadas personas puedan servirle de efectos de enlaces o de catalizadores que le impulsarán al lugar y a la actividad a que la vida les tenía destinadas.
Jo recuerda como cierto día en que fue a venderle una enciclopedia al gerente de una compañía de seguros, este le motivó para realizar una carrera como productor de seguros, actividad en la que se desenvolvió durante quince años, con gran éxito. Y así, en dada fase de su vida, desde sus años más jóvenes, siempre encontró, en su camino, al igual que todas las personas, a quienes le favorecían su siguiente fase de labores por acción de esa “voluntad divina”.
Por eso los sufíes, -una de las corrientes místicas, o espirituales, más elevadas que existen en el planeta tierra-, suelen expresar: -“Lo que Allah quiera, nada se le asemeja”.
Uno se pregunta: -Qué es lo que Allah quiere? Dios quiere, siempre lo mejor. Y por la acción de inspiración constante, por los sentimientos de los valores universales, dentro de la conciencia, expresa su guía y deja fluir la energía creadora que impulsará a la persona con la potencia creadora suficiente para alcanzar lo que, muchas veces, parecería imposible. Empero nada es imposible para Él que todo lo puede, y sabe, cuando cada quien adquiere conciencia de la conexión con la Divinidad, Gran Pedagoga Universal.
Es preciso ofrecer el propio servicio a la Divinidad para que ella disponga a su mejor criterio del mismo, según los planes cósmicos que, en la noche de los tiempos, en el momento de emanar cada ser a la conciencia individual, trazara como plan de vida para cada quien.
Mientras con mayor diligencia y efectividad realice cada quien su labor en los planes cósmicos, se le irá delegando actividades de mayor envergadura, cumpliendo en cada época de su vida, el trabajo perfecto de Dios.
Adelante.