Una meditación sobre los
indicadores del éxito
en la Gestión del
Conocimiento
©Giuseppe Isgró C.
11 de Febrero de 2020
Dedicado a la Dra.
Lourdes Ortiz
Ninguna empresa, o profesional, en sus resultados,
va más allá de hasta donde alcanzan sus conocimientos y experiencias, y por
supuesto, su visión. Si se desea alcanzar los niveles óptimos para acceder al
grupo del 20% de seres humanos que, de acuerdo con una variante de la ley de Pareto, en sus
actividades obtienen el 80% de los resultados actuando en el selecto 20% del
mercado de mayor poder adquisitivo y relevancia.
Es preciso prepararse a fondo, para dar el
salto de calidad, pasando de la medianía aceptable a lo superlativo de la
excelencia que trasciende el rango anterior.
Lo que indica que se va alcanzando un nivel de
excelencia trascendental, es la capacidad de abordar casos de mayor jerarquía
para solucionarlos.
Esa capacidad perceptiva, comprensiva y
realizadora, trascendente, se manifiesta por la confianza
de asumir retos de mayor envergadura, y de cobrar honorarios en niveles
acordes, y que el cliente, satisfecho, los paga sin refutarlos, por cuanto los
beneficios que se aportan superan con creces su costo.
Ese es el mejor indicador, y paradójicamente,
quienes perciben ese salto de calidad, muchas veces, no es ni siquiera la misma
persona que lleva a cabo el plan de mejoramiento en la gestión del
conocimiento. Quienes primeros lo notan, son los clientes en el mercado, a
quienes no les pasan desapercibidos esos detalles aparentemente
insignificantes de quién es quién en cada área del servicio
inherente a sus necesidades y anhelos.
Es la confianza y la credibilidad que se obtiene de
los clientes a quienes se sirve en el mercado, por la satisfacción que
experimentan al serle resueltos sus casos particulares. Acto seguido,
entusiasmados, suelen recomendar al profesional competente, entre las 220
personas de sus propios círculos de relacionados, que cada persona posee, según
Joe Girard, para los casos insolutos del mercado.
Cada persona, a su vez, realiza la
recomendación pertinente, o lo contrario, con las 220 que conforman
su propio círculo de relaciones, y así ad infinitum, según su propio nivel de competencia.
Por otra parte, la vida va presentando, cada vez,
casos con mayor grado de exigencia, como se contempla en el Principio de Peter,
hasta alcanzar, cada quien, su propio nivel de incompetencia.
Por eso, el profesional progresista, debe estar en
un proceso constante de mejoramiento en la gestión del conocimiento, caso
contrario, volverá al nivel anterior pasando a formar parte del masivo grupo
del 80% que con sus actividades obtiene, únicamente, el 20% de resultados, en
el mercado.
Todos los años, hay grupos de empresas y
profesionales que van pasando de un bando a otro, es decir, del 20% que obtiene
el 80% de resultados a el del 80% que solamente cosecha el 20% de los mismos, y
viceversa. Ese es un indicador de los resultados certeros en la gestión de
conocimiento que cada quien aplica en su caso particular.
La gestión efectiva de conocimiento permite acceder
a los más elevados niveles de ganancias, o salario cósmico, por
la madurez alcanzada en el pensamiento de cada quien, según el área de su
desempeño.
Se recuerda un caso clásico, ilustrativo:
Á una pregunta de Querefonte, al conocido oráculo
de Delfos, si había alguien más sabio que Sócrates, en Grecia, obtuvo por
respuesta en afirmación negativa: -"Nadie más sabio que Sócrates,
en Grecia".
Esto le causó extrañeza a Sócrates, al tener noticia
del hecho, y se preguntó cuál sería la razón para que la Pitia dijera eso. Él
mencionó que conocía entre los poetas, artesanos y políticos, a muchos que le
superaban en conocimientos.
Se propuso visitarle en compañía de sus discípulos,
y hacerles las preguntas de rigor respectivas, percibiendo lo siguiente: muchos
de esos contemporáneos, eran competentes en algunas áreas de conocimientos,
pero, erróneamente, estimaban que lo eran, igualmente, en otras en que,
efectivamente, no lo eran.
Algunos poetas habían escrito sobre temas que
excedían su propia capacidad de comprensión, por lo cual Sócrates concluyó que
habían escrito por inspiración, y no por el cultivo del arte, temas que les
resultaban superiores a su entendimiento, cuyo contenido no le pertenecía. Por
esta razón, no podían explicar lo que ellos mismos habían escrito. Un caso de
esta índole es el que relata Platón en el diálogo Ion.
Sócrates, pensó: -"Yo, al igual que ellos,
ignoro lo mismo que ellos desconocen sobre determinados temas. Pero, mientras
ellos no perciben su grado de ignorancia, en mi caso, sí me doy cuenta de
lo que ignoro.
Entonces, Sócrates, en un acto de iluminación en su
expresión, agregó: -“seguramente, por esta nimiedad, de darme cuenta de lo que
ignoro, es por lo que la Pitia me definió en la forma en que lo hizo".
Acto seguido acuñó su famoso aforismo: -"Yo solo sé que no sé
aquello que no sé".
Por supuesto, Sócrates exageraba. ¿Quién puede
conocer todo lo que ignora? Sólo la Divinidad estaría en grado de saberlo.
La docta ignorancia permite percibir, por grado, lo
que se ignora, en la eterna polarización de un estado de conciencia a otro más
elevado. Si uno no se da cuenta de lo que ignora, ¿cómo podría llenar ese vacío
de conocimiento, y dar el salto de cualidad a una estación más elevada de
conciencia?
La conciencia de la propia ignorancia, en
determinado grado, o estadio, es el primer paso para acceder al conocimiento
inherente. Parecería que, a esa conciencia de la carencia de lo que se ignora,
le va aparejado el anhelo y el poder realizador para satisfacerla.
A nivel ejecutivo cada quien es evaluado por los
resultados que obtiene.
Este es el mejor indicador del éxito en la gestión
del conocimiento: los resultados obtenidos, al igual que por los frutos
se conoce el árbol.
Adelante.