sábado, 16 de julio de 2011

LAS SEIS CUALIDADES









LAS SEIS CUALIDADES

POR ALDO LAVAGNINI


Pueden agruparse estas cualidades o calificaciones en 3 pares, el primero de los cuales se refiere al dominio de sí mismo en el doble círculo de la actividad mental y exterior, el segundo al binomio tolerancia-contentamiento y el tercero a la unidad de propósito y a la confianza.
Como condiciones necesarias para el perfecto desarrollo de una actividad inspirada adentro, estas cualidades pueden también considerarse como el complemento de las tres que vimos para el grado de Compañero: alegría, fervor y libertad. Las mismas cualidades expresan, pues, la mística alianza entre el Hombre y Dios –determinada por las aspiraciones elevadas o Ángeles que suben de aquél- y convertidas en activa cooperación por los Arcángeles o inspiraciones que descienden del segundo y dirigen al primero, según su receptividad y mansedumbre, en su actividad y en toda circunstancia de la vida.
El mismo número 6, de las cualidades muestra cómo puede conducir a la perfección central representada por el número 7.
DOMINIO DE LA MENTE
El signo de silencio indica el dominio de la mente como uno de los objetos fundamentales del Maestro Secreto: es preciso aprender a callar, no solamente las palabras, sino también los pensamientos que no están en armonía con las finalidades constituidas por nuestras aspiraciones más elevadas. Especialmente deben evitarse todas aquellas emociones (o movimientos interiores) que turben su claridad y le impidan reflejar debidamente los planes siempre perfectos del G.•. A.•., como, por ejemplo, toda forma de irritación o impaciencia, angustia o temor.
Nada –nada de lo que acontece exteriormente y quiere imponerse en nosotros, sobreponiéndose a nuestras buenas intenciones- debe tener el poder de turbarnos y, menos todavía, hacernos desviar de nuestros más elevados propósitos y mejores determinaciones. Todo esto pertenece al círculo de la ilusión periférica, mientras que lo que debe dirigirnos y dominar nuestros pensamientos y acciones ha de ser únicamente la realidad central de nuestro verdadero ser.
Sobre todo cuanto intente imponerse a nuestras determinaciones debemos aprender a proyectar la luz interior del discernimiento, que puede dominarlas y evitar que nos dominen: son las tinieblas del caos exterior sobre las que debe verterse, para disiparlas, la Luz que interiormente hemos encontrado. Pero para este fin se necesita que nuestra atención se concentre sobre la luz, ya no sobre las tinieblas, pues de otra manera éstas llenarían, con nuestros ojos, todo el círculo de la manifestación individual.
Nada debe turbar la serenidad y el equilibrio de nuestra mente y contristarnos, y es nuestro deber mantenernos contentos, serenos y alegres en cualquier situación, por la siguiente triple razón: primero, lo que cuenta no son las cosas en sí mismas, sino nuestra propia actitud interior respecto de ellas; segundo, nuestro dominio sobre las mismas depende del dominio que tengamos sobre nuestra propia mente; tercero, la perfecta serenidad de nuestra mente es la única condición que permite a la Luz interior brillar en ellas, como un sol en un cielo sin nubes.
Toda vez que las cosas externas tienen el poder de hacernos desviar de nuestra tarea, o de la perfecta condición de equilibrio y serenidad mental en la que puede dignamente cumplirse, nos hacemos esclavos de las mismas e indignos obreros del G.•. A.•., el Principio Ideal y Divino, al que sólo hemos de servir –con alegría, fervor y libertad- reconociendo su Omnisciencia y Omnipotencia.
Lo importante no es lo que nos acontece –un pasivo reflejo periférico, producido por nuestras acciones y pensamientos pasados- sino lo que en cada momento pensamos y hacemos. No desperdiciemos, por lo tanto, en la tristeza, en la melancolía y en la recriminación un tiempo precioso que podemos útilmente emplear fijando nuestra atención en aquella Luz infinita que brilla constantemente en nosotros, y que tiene el poder de disipar toda tiniebla exterior, a condición de que nos abramos interiormente para recibirla, llenándonos con ella y proyectándola exteriormente.
Se nos hace así patente la necesidad de aprender a concentrarnos, a fijar el pensamiento sobre un punto o una meta determinada, evitando que cualquier cosa tenga el poder de desviarlo: en esto precisamente estriba el dominio de la mente.
DOMINIO DE LA ACCIÓN
La actividad viene a ser rectamente dirigida cuando la iluminan nuestras más altas inspiraciones.
Debemos aprender a realizar nuestro propio deber, según nos dicta interiormente nuestro Genio Individual, que es distinto de aquellos deberes que muchas veces se creen en el deber de imponernos los demás.
La doctrina del deber –llamado en sánscrito Dharma, de la raíz dhri, que significa “sostener, soportar, dirigir”- es uno de los puntos de más importancia en la Filosofía Iniciática. Toda ella estriba en aprender nuestro deber, que consiste en manifestar nuestro Ser interior, hacer que se expresen sus cualidades, potencialidades y posibilidades latentes. Pues nuestro verdadero deber es el sostén, y por ende, el impulso interior –lo que nace de nuestra Vida Elevada, del Hiram en nosotros- que debe guiarnos y dirigirnos en cuanto somos y hacemos.
Nuestro verdadero deber –el deber de cada uno de nosotros en cualquier momento o circunstancia- nos lo dice en sencillas, sublimes palabras el Nazareno: “Hacer la Voluntad de Dios”. Es decir: expresar o manifestar la Luz que se halla latente en nosotros, nuestro Verbo animador, según el mismo quiere, desea y nos inspira. Y esto debe hacerse como mejor podamos, para que la perfección latente (el plan del G.•. A.•.) hágase manifiesta.
Sin embargo, el hecho de seguir nuestras más elevadas aspiraciones interiores no significa que hemos de descuidar los deberes ordinarios de la existencia, ni faltar a nuestros compromisos, y a lo que legítimamente se espere de nosotros; pero tampoco hemos de permitir que deberes imaginarios nos alejen de la senda de la expresión de lo Divino, que es constantemente nuestro principal deber y la suprema finalidad de la existencia.
Por lo tanto, el discernimiento individual debe ejercerse en cada circunstancia, haciendo que los unos armonicen con los otros –la escuadra que mide lo material, con el compás que comprende lo espiritual- y que ni las consideraciones materiales mermen los impulsos de la Vida Elevada, ni éstos sean en detrimento de su perfecta manifestación.
TOLERANCIA
El mejor cumplimiento de nuestro deber, buscando la expresión de lo más elevado, nos muestra también la necesidad de una actitud de tolerancia y comprensión que hemos de observar respecto de los que se esfuerzan en sus particulares caminos, los que, aunque distintos del que seguimos, son igualmente dirigidos hacia la misma finalidad, pues UNO es el objeto, finalidad, Meta y Razón Suprema de todo.
No debemos nunca perder de vista la unidad en la multiplicidad, ya que cuando lo hagamos nos alejamos de aquella visión central en la que únicamente reside la Perfecta Comprensión, y nos circunscribimos en la estrechura del Fanatismo. Una vez hayamos superado en nosotros mismos la superstición ignorante, con una más elevada e iluminada comprensión de la Verdad, habremos adquirido también una más perfecta comprensión para los que todavía se hallan más o menos alejados de nuestro punto de vista, y con esta comprensión aquella inalterable tolerancia que constantemente va acompañada del perfecto conocimiento.
Así pues, toda forma de intolerancia demuestra una correspondiente angostura o limitación de la inteligencia: quien realmente sabe, comprende –como la extensión del compás que llega más allá del alcance ordinario de sus brazos- y de esta manera entiende lo bueno y lo justo que se esconde también en muchos llamados errores y prácticas supersticiosas.
No debemos, por consiguiente, usar la escuadra sin el compás, ni éste sin aquélla. La comprensión es necesaria para el juicio; pero tampoco puede haber una justa comprensión sin el juicio; sólo que esto ha de ser lo más posible recto. La perfección se encuentra constantemente en el medio, es decir, entre la escuadra y el compás. Por esta razón el Maestro Secreto pone entre estos dos instrumentos del grado anterior la Llave de un Iluminado entendimiento que debe caracterizarlo, emblema de la armonía que realiza entre el Juicio y la Comprensión.
CONTENTAMIENTO
El contentamiento, en las circunstancias de la vida individual –cualesquiera que sean- es condición necesaria para la eficiencia de todo lo que uno haga o pueda hacer.
La vida, con todo lo que nos presenta de agradable o desagradable, debe aceptarse serena y alegremente, sin murmuraciones ni lamentos: nunca debemos dejarnos dominar por la depresión y el descontento, sino aceptarlo todo con aquella paciencia que es expresión de una paz interior que nada puede turbar. No se trata simplemente de “resignarse”, sino más aún de cooperar con las mismas dificultades, oposiciones y contrariedades, considerándolas como oportunidades para la manifestación de la Luz Interior, acordes necesarios para la producción final de un grado más elevado de armonía, medios e instrumentos del bien que, por medio de ellos, debe exteriorizarse.
Se necesita, para eso, algo más que la simple ausencia negativa de la turbación: una actitud positiva de activa Benevolencia y Amor, que no se deja vencer o dominar por ninguna contrariedad.
En otras palabras, debemos aprender a dar la bienvenida a todo lo que acaezca en nuestra vida, a todo lo que advenga sobre nuestro sendero, ejercitando aquel Discernimiento que nos permita desenmascarar la ilusión periférica de la apariencia, y evidencia su realidad central, que no puede ser sino benéfica.
Acordémonos de que todo descontento o depresión es una nube que se forma sobre el límpido cielo de nuestro ser, un obstáculo y un impedimento para la Luz que debería y debe manifestarse desde adentro; y que todo lo que somos y podemos ser, todo lo que la vida puede presentarnos, es lo que se ha expresado y se está expresando, teniendo su origen causativo en nosotros mismos.
UNIDAD Y CONSISTENCIA DE PROPÓSITO
Esta cualidad es el resultado natural de la firmeza de concentración que ha producido nuestro querer: la unidad de propósito deriva de habernos establecido firmemente sobre la unidad central, mientras que todo lo que puede desviarnos, hacernos dudar y vacilar, sólo puede provenir del círculo periférico de la Ilusión.
Cuando nuestro único intento sea la expresión de la Unidad Central o Vida Elevada de nuestro ser, la manifestación de la Luz Latente desde su único Manantial, nada ni nadie tendrá el poder de desviarnos, y todo se convertirá en áurea oportunidad para la expresión de esta Luz, con el auxilio y la guía inspiradora de los arcángeles que descienden por esa mística escalera, que corresponde al llamado Antaskárana de la filosofía hindú.
Así pues, para lograr la unidad y coherencia de propósito que haga eficiente nuestra actividad individual, debemos con frecuencia concentrarnos, o sea, hacer que suban constantemente los ángeles de nuestras aspiraciones y propósitos elevados hacia la Unidad Central, infinitamente más sabia y poderosa que nuestra “personalidad”.
Todo cuanto hagamos debe derivar de este único propósito de expresar la luz interior; por lo tanto, hemos de hacerlo A.•. L.•. G.•. D.•. G.•. A.•. D.•. U.•., o sea, según el Ideal Inspirador, más bien que por complacer a los que lo vean, absteniéndonos de la acción cuando lo juzguemos más sabio, pero ejecutando todo como mejor podamos, sin dejarnos dominar jamás por consideraciones de conveniencia y utilidad personal.
Finalmente, nada debe alejarnos del sendero interior, único en el que se encuentran nuestras posibilidades de progreso: el Sendero que conduce al reconocimiento y dominio siempre más completo de la Unidad Central sobre la Ilusión Periférica. Por lo tanto, se necesita que constantemente juzguemos cuál de las dos nos guía, cuál de las dos nos inspira y dirige en lo que queremos, intentamos o hacemos.
CONFIANZA
Para que la Luz Interior se intensifique y su poder se afirme cada vez más, hemos de tener absoluta confianza en su Guía Inspiradora, en su Sabiduría y Poder, como el verdadero Maestro Secreto que mora en nosotros, y es infinitamente más que nosotros –supremamente Sabio, Poderoso y Bueno.
La Confianza abre el canal a la expresión interior, mientras toda forma de desconfianza lo cierra o clausura; pero para esto necesitamos centrarnos y concentrarnos siempre más exclusivamente en lo interior –la Realidad Central- en vez de fijarnos en los objetos, cosas y personas en su modalidad externa. Hasta que lo aprendamos, recibiremos continuas desilusiones, pues esta Realidad es “un Dios celoso que no tolera otros dioses delante de sí”; y cualquier consideración que antepongamos a este fin elevado es “otro Dios” que reconocemos y honramos, en lugar del único y verdadero.
La vida puede quitarnos las cosas externas sobre las que nos apoyamos: bienes y riquezas, personas y afectos, el mismo premio o justa retribución de nuestros esfuerzos, trabajo o actividad, y lo que más hemos o hubiéramos deseado. Pero todo esto no debe tener el poder de contristarnos, ni debemos permitir que la más leve nube ensombrezca el Santuario de nuestro ser interior, acogiendo con sereno contento e inmutable confianza todo lo que se presenta y aparece en la periferia, mientras el ojo interior se fija en el centro, en el que permanecen únicamente la Fuerza, la Realidad y el Poder.

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